Segundas oportunidades (obligaciones)
En muchas ocasiones la fórmula correcta en un momento concreto no supone que sea la adecuada en el siguiente
Ayer el equipo de Counter-Strike: Global Offensive (CS:GO) de Movistar Riders consiguió ascender a la ESEA Premier. Cuando abrí la retransmisión del encuentro contra BLINK (un equipo de albanos, tampoco me preguntéis más), lo primero que vi fue a unos jinetes que estaban jugando cuales apisonadoras. Me sorprendí gratamente al ver que ese quinteto de jugadores mostraba el nivel que se presuponía que debía dar. Sin embargo, fue escuchar «segunda oportunidad» y mi cabeza entendió automáticamente todo. Un cambio radical de actitud. El pragmatismo quedó atrás. Que Riders hiciera una gran defensa a través de retakes y que sus integrantes fueran agresivos a pesar de estar con humos en contra pasó a ser indiferente. Aquel partido era una cuestión de obligación.
Luchas un tiempo por un objetivo. Conseguir el trabajo soñado, que suceda el mejor polvo a corto plazo con tu crush o tomarte el café de primera hora de la mañana. Da igual cuál sea, pero una vez hecha la cagada, se acabó. A la mierda eso de cobrar a final de mes gracias a lo que te gusta, adiós a la vida sexual que tanto te excita y ve a remolque el resto del día porque no has podido doparte con la tan necesaria cafeína. Cuando llegan las lamentaciones, además de mostrarte arrepentido por haber actuado de una forma en concreto, el deseo por una segunda oportunidad aparece de la nada. Como el típico conocido que sólo da señales de su vida cuando las cosas te van mal.
Este nuevo intento de algo es una broma de mal gusto. Estar ante otra oportunidad supone un aumento de la presión. La obligación pasa a primera fila. El «no puedes liarla» te invade antes del «Día D». Ya no deseas salir exitoso de la jugada en cuestión por autoestima, si no porque no quieres entrar en el siniestro bucle de reprocharte el error en el mismo ámbito. Y eso que en muchas ocasiones la fórmula correcta en un momento concreto no supone que sea la adecuada en el siguiente. Nunca sabes el qué, el quién sí. Algo así como cuando un entrenador de fútbol prepara un nuevo sistema pero mantiene su estilo. Desconoces si el fallo ha sido pasar al 3-4-3 o seguir siendo un radical del juego de posición. En todo caso el culpable sigue siendo el técnico. Extrapolado al resto de cosas de la vida, tu mismo.
Por eso los deportes electrónicos son en cierta parte una gozada. Tenemos tanto miedo al error (algo lógico al tratarse de una competición) que necesitamos la redención y la obtenemos a través del cuadro de perdedores, aunque Riders no se beneficiara de este ayer. Comportarnos como mártires o buscar excusas tras la derrota inicial ya es mainstream. Queremos demostrarle al mundo lo equivocado que estaba (enseñar que alguien no tiene razón es un motor absurdo pero potente) y a nosotros mismos que tampoco somos tan malos. Pero luego llega un equipo como Team Liquid en League of Legends y pierde la revancha contra Cloud9. Se queda con la misma cara de póker que en la primera ronda. Peor aún: ahora no tiene excusa porque estaba obligado ser superior. Un buen reflejo de la trampa que son las segundas oportunidades.