«El pianista Glenn Gould decía que no le gustaba ir a conciertos, salvo a los suyos, a los que asistía religiosamente. Yo tampoco soporto a los ídolos, salvo a los míos, a los que defiendo como si fueran a meterlos por error en la cárcel». Con dos frases Marcel Beltrán, periodista de Revista Panenka, define a la perfección lo que significa una relación con un ídolo. Despreciamos la idea de enaltecer a alguien porque sabemos que muy probablemente es innecesario. Pero cuando tocan a uno de los nuestros sacamos todas las armas para mantener el honor de su nombre. Le elegimos porque nos despertó algo, da igual si es racional o irracional. Pero incluso ellos, a quienes a veces llegamos a considerar deidades, corren el riesgo de ser adelantados. Una vez sucedido nos obligan a crecer, como si el propio ritmo natural de la vida no lo hiciera.
Los ídolos también la cagan y por eso ensalzar tanto a alguien se convierte en un ejercicio peligroso. Sin embargo, no somos conscientes de ello hasta que sucede algo con ellos o nos lo explican. Por suerte, en mi caso fue lo segundo. Una pequeña charla en un autobús de camino a Francia -que ni siquiera fue el grosor principal de aquellas dos horas y media de trayecto- fue suficiente. Una amiga mía me hizo saber aquello tan obvio -pero desconocido para mi, cegado por este sistema de jerarquía- de que cada uno esconde un saco que puede acabar en decepción. Que aquello que idealizamos rápidamente puede acabar destruido en un abrir y cerrar de ojos con motivos más que justificables. Aquello de que ya no te puedes fiar de prácticamente nadie. Pero claro, quién nos enseña eso cuando elegimos a nuestro becerro de oro particular.
Dicen que el cuerpo se desarrolla hasta los 21 años. Pero pasados de ese punto quién nos dice que no podemos seguir creciendo. Realmente lo hacemos en otros aspectos, sin embargo, quizás no de la dulzura o la tranquilidad que desearíamos. Nos damos cuenta de que madurar o ser consciente de las cosas implica convivir con el amargor. Para ello tropezamos, llegándolo a hacer con la misma piedra. Que si dejar hagas algo de tal forma, evitar enviar ciertos mensajes a altas horas de la madrugada o mejorar las formas. Con los ídolos es inevitable volver a ese punto. Al fin y al cabo, tienen ese estatus que nos ciega por algún motivo. Quizás el camino no es estrictamente paralelo, pero cuando tenemos como héroe a un talento generacional o histórico y vemos cómo le superan, el final es el mismo: amargura.
Nos dicen que el fracaso es lo más normal en la vida, pero todavía queda instaurar que pasar de ser un ’10’ a un nueve no lo es
Pocos casos en League of Legends son tan idóneos en esta situación como el de Cho Se-hyeong «Mata». Y no porque sea mi jugador favorito hasta el punto de tener una chaqueta con su nombre. Hasta mediados de 2021 era indudablemente el mejor apoyo de la historia de este videojuego. Por su habilidad individual, condición de revolucionario y liderazgo. Sin embargo, que Tian Ye «Meiko» hizo que esta afirmación empezara a tambalear. Por todo su talento, por ser el único que ha ganado todo y su longevidad. Luego está Ryu Min-seok «Keria«, que en su posición es el mayor exponente de la etiqueta de ‘virtuoso’. Entra en el debate no tanto por lo que ha conseguido hasta ahora, pero sí por lo que nos podemos llegar a imaginar lo que puede conseguir en un futuro no tan lejano.
Lo de Lee Sang-hyeok «Faker» y Jian Zi-Hao «Uzi» son excepciones que confirman la norma. Incluso el debate del «mejor jugador de la historia» en posiciones en concreto sigue abierto. En la calle superior con Song Kyung-ho «Smeb» y Kang Seung-lok «TheShy«. En la jungla todavía con más nombres: Bae Seong-woong «Bengi«, Go Dong-bin «Score«, Marcin Jankowski «Jankos«, Danil Reshetnikov «Diamondprox«, Choi In-kyu «DanDy«, Kim Geon-bu «Canyon«… Nuestro recuerdo se mantiene intacto, pues no dejamos de acudir a los momentos en los que fuimos felices. Muchos lugares o cosas dejan de tener sentido sin ciertas personas. Pero incluso aquellos que han escrito su nombre en la historia pueden ver cómo su estatus tambalea. Un ataque hacia ellos hace tanto daño como si lo hubiéramos recibido nosotros.
No nos queda otra que sentarnos, contemplar la situación y asimilar la realidad. Alguien puede llegar y adelantar por la derecha a tu ídolo. Su derrota es nuestra aunque realmente no tenga tanto impacto en nuestras vidas materialmente. Sí en el irracional, porque al fin y al cabo les elegimos por algo. Mata fue quien hizo que me enganchara sin mirar atrás a todo esto. Pero todo esto evoluciona y ahora queda muy atrás. Como es lógico, ahora mencionarle en ciertos debates implica más matices. Nos dicen que el fracaso es lo más normal en la vida, pero todavía queda instaurar que pasar de ser un ’10’ a un nueve no lo es. Que sigue estando bien y el recuerdo, que no nos lo quita nadie, es la mejor herramienta para honrar. Crecer era todo esto y nadie nos había avisado.