«La Vall de la Llum» en un contexto electrónico
Los esports tienen una paradoja muy curiosa: necesitan contenidos excelentes, aunque también algunos que no sean una genialidad pero sepan captar
Este último Sant Jordi mi madre decidió regalarme La Vall de la Llum de Toni Cruanyes. Su lógica para optar por ese libro fue muy sencilla: recordar que le expliqué que vino a mi universidad a dar una charla y que fue una persona muy agradable por lo cercana que se mostró. Pongo la mano en el fuego a que le dio igual que fuera un Premi Josep Pla, que lo importante era el quién lo escribía. Honestamente nada que reprocharle cuando se trata del presentador de los telediarios de TV3 y tiene a media Cataluña en la palma de su mano por su profesionalidad y a priori afable carácter. Entre tanto libro de fútbol, política e historia opté por coger el cable que me tiró mi madre con el libro de Cruanyes, que funcionara a modo de oasis. Acerté, pero de aquella manera.
La Vall de la Llum es una crónica sobre la vida del abuelo del presentador y narrar todo aquello que vivió, acercarnos a aquellas épocas que muchos no hemos vivido. O recordar aquellas historias similares explicadas por otra persona mayor. Sin embargo, por mucho leyendo estuviera cómodo y entretenido, había algo que no me cuadraba. Supongo que era la combinación de ver la etiqueta Premi Josep Pla con no tener ni idea de qué esperar. Por eso mismo acabé en una crítica del libro de Joan Simó, periodista en Núvol, y dio con la tecla de lo que estaba pensando pero no sabía darle forma: «sin destacar por la riqueza de su prosa ni descubrirnos la originalidad de ninguna voz disruptiva, el relato cumple su propósito: ilustra, entretiene y a veces emociona«.
Cuando digo que acerté de aquella manera es porque esperaba un oasis alejándome de mis monotemas pero la forma del relato -con la ayuda de la crítica de Simó, claro- me devuelve a él. Y es que precisamente los deportes electrónicos necesitan potenciar el hecho de saber captar sin necesariamente necesitar la excelencia en un marco en concreto. Da igual si es la redacción, la narración o la edición. No siempre hace falta poner palabras complicadas, ser Eminem o Quentin Tarantino. Lo importante al fin y al cabo es transmitir la historia que se encuentra detrás. Esto genera una paradoja curiosa: el sector necesita contenidos excelentes en todos los aspectos para establecer unos altos estándares pero también otros que no deslumbren los relatos existentes. La mala praxis de valorar si algo es genial por el quién en lugar de por el qué o el cómo lo dejamos para otro día.
Riot Games tiene que aprender de La Vall de la Llum
La importancia de saber captar con la historia adecuada queda reflejada en las presentaciones de tres finales de torneos de Riot Games. EDward Gaming y DWG KIA se enfrentaron en la final de los últimos Worlds, que eran los décimos. Escenario ideal: el gran club histórico de la League of Legends Pro League (LPL) y el equipo de la League of Legends Championship Korea (LCK) que aspiraba a recoger el testigo de T1. El contexto le había dejado a Riot un pase ideal para rendir homenaje al 10º aniversario de los Campeonatos Mundiales. Al torneo, a los equipos y a todas las figuras que le han dado tanta importancia. Pero nada, prácticamente todo alrededor de Arcane.
Con Arcane se puede justificar por toda la inversión que supuso y que era una parte del gran éxito que posteriormente tuvo. Posiblemente generaría más beneficios a largo plazo. Sin embargo, no hubo ni una referencia a la historia del deporte electrónico en la ceremonia de una final de su torneo más importante. Posteriormente Riot Games pareció no aprender de la situación con las finales de la League of Legends Championship Series (LCS). 10 años de competición para acabar con una presentación orquestrada por el streamer Tyler Steinkamp «Tyler1«. La culpa no es del propio creador, si no de los responsables que no leyeron bien la situación. Ahora la LCS sólo tiene una última oportunidad para enmendar el error.
La otra cara de la moneda es Riot Korea, que funciona «a su bola» tanto para bien como para mal. Empezó con una orquestra, efectos visuales espectaculares y, tras referencias a los equipos, mostró a todos los jugadores que habían dejado su nombre marcado en la LCK. Caster Jun al micrófono y que empiece el espectáculo. Todo en el KINTEX, donde se celebró la primera final de la competición. Absolutamente cada uno de los elementos tenía una intencionalidad, pero sólo con ver a los ahora exjugadores profesionales ya sabías cuál era el relato. Un homenaje al pasado, futuro y presente de la competición. Una crónica de una competición al estilo La Vall de la Llum. Sin nada especialmente innovador, pero jodidamente efectivo en lo emocional.