El lunes pasado pronostiqué en Estadi Johan –amateurismo entrañable en clave culé- que el FC Barcelona iba a vencer al Real Madrid por 1-3. Inconforme con ser un imbécil de manual, encima añadí el matiz de «lo tenemos hecho». Como si hubiera visto en primera persona sus entrenamientos a lo largo de la última semana. Futbolísticamente no había tantos motivos para ir de sobrado para ninguno de los dos equipos. Pero me dio una corazonada que, evidentemente, salió mal. El Barça perdió por 2-1 y el resultado me dejó en mi sitio: callado, como debería de estar la mayoría del tiempo. Y allí, en la cueva de la autocrítica que no siempre significa la derrota, me encontré a G2 Esports.
El batacazo de G2 contra Rogue supone el mayor fracaso de la historia de la LEC y el nivel individual de la gran mayoría de los jugadores del equipo no estuvo acorde con su calidad. Muchos aficionados de la liga -que no de los archirrivales, eso ya es habitual- creyeron que insultando a las personalidades públicas que decían estas frases la situación iba a cambiar. Como si le soltaran un «gilipollas» a alguien cada vez que dijera que si metes la mano en el agua hirviendo te vas a quemar. Que vale que perder no le gusta a nadie, pero miradlo con perspectiva. Por primera vez desde 2019 no volverán a ganar los mismos de siempre. A medida que pasen los días a partir de este 11 de abril podremos darnos cuenta de que lo que ha hecho este club es una locura.
Que lo normal no es ver cómo Rasmus Winther «Caps» gana seis títulos de campeón consecutivos. Lo más habitual es vivir la situación de Andrei Pascu «Odoamne«. Aunque una taza de Mr. Wonderful te diga que vas a tener un gran día, lo más normal es estamparte. Da igual que seas buena persona o que te hayas esforzado mucho. Nos guste o no, lo importante es el resultado. De ahí que me sienta más identificado con las lágrimas del rumano. Toda la vida quedándose en la tercera posición y ahora, ya siendo un boomer, por fin puede aspirar a ganar. Que yo personalmente no tengo tan claro que lo vaya a hacer, pero al menos mantiene la ilusión de poder luchar en una final. Comer mierda durante tantos años bajo la etiqueta de «perdedor» hace que disfrutes más las escasas victorias o los pocos highlights de tu vida.
La derrota nos pone a todos en nuestro sitio. Es gracias a ella cuando normalmente nos quitamos las caretas. Mostramos nuestro sentimiento de inferioridad, la falta de autocrítica o el nihilismo en vena que ocultamos. Sinceramente, no está mal. Honestamente a mi me ayuda a vivir un poco menos desengañado y a replantearme las cosas, aunque el precio a pagar sea la estabilidad emocional o la autoestima. Podría daros una lista de equipos de fútbol que se han repuesto tras perder algún partido importante, pero como Revista Panenka ya le dedicó su edición 96 a ello, simplemente os recomiendo que la leáis. Que incluso el Barça de Ronald Koeman -de quien sigo dudando como técnico- ha hecho cambios positivos después de una gran bofetada de realidad. No sé qué os hace pensar que a G2 no le puede pasar lo mismo.