«Los hombres pueden profesar su ‘amor’ al deporte, pero ese amor siempre tiene que proyectar y representar la simbología de guerra: la oposición entre avanzar y ser eliminado, la jerarquía del rango y del estatus, las estadísticas obsesivas y el análisis técnico (…)». Lee Sang-hyeok «Faker» no es una excepción a las palabras del escritor David Foster Wallace. Al fin y al cabo, gran parte de su idiosincrasia llega por imponerse en la jungla que llega a ser la competición. Sin embargo, no sin dejar de formar parte de esa dinámica, el Rey Demonio todavía es un pequeño hueco de esperanza. A pesar de que los años se notan, verle jugar siempre genera placer por sus formas.
En El tenis como experiencia religiosa, Foster Wallace habla de los «Momentos Federer». Es fácil de intuir, pero sin caer en la trampa del spoiler profundo, se trata del placer que generaba Roger Federer en la pista. De cómo es capaz de dejarte la boca abierta con un golpeo que parecía imposible. En League of Legends también contamos con esos «Momentos Faker». Quizás el más grande de todos es la infame jugada de Zed contra Zed que se marcó contra Ryu Sang-wook. Cómo explota hasta los límites LeBlanc cada vez que la juega. O el último giro de cuerpo con Riven para evitar una definitiva con Cassiopeia.
Aquí lo más importante es el cómo generan esos momentos. Porque lo que hacen, más que demostrar una jerarquía, es extrapolar una belleza que Foster Wallace describe a la perfección: «La belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana. (…) La belleza humana de la que hablamos aquí es de un tipo concreto; se puede llamar belleza cinética. Su poder y su atractivo son universales. No tiene nada que ver ni con el sexo ni con las normas culturales. Con lo que tiene que ver en realidad es con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener cuerpo«.
Ahora pensemos de nuevo en Faker. Verle jugar es reconciliarnos con lo que puede llegar a nacer a través de nuestras manos y con la velocidad de nuestra mente. Quizás los deportes electrónicos no sean la mayor exigencia física, pero esa combinación de velocidad y agilidad sigue siendo innegable. Lo que ha diferenciado siempre al Rey Demonio es cómo ha condicionado a sus rivales por un nivel superior marcado completamente por la clase. ¿No os habéis parado a pensar por qué sorprendió tanto el momento en el que se puso a temblar en el Palacio de Vistalegre? Porque era la reacción natural y humana que menos nos esperábamos de un tipo con tanta elegancia en lo suyo.
Está muy lejos del mejor momento de su carrera, que fueron las semifinales de los Worlds de 2017. Y T1 se encuentra en la versión menos dependiente del Rey Demonio porque el verdadero ‘coco’ está en la calle superior. Pero mientras todos los jugadores sigan a la orden del día con los códigos de guerra, el medio seguirá siendo un pequeño oasis de esperanza. Es cierto que a veces peca de lento mecánicamente, véase la primera pelea grupal en los cuartos de final contra Royal Never Give Up. Pero mientras mantenga esos niveles mínimos de elegancia -inalcanzables para muchos-, Faker seguirá siendo el reflejo de que todavía existe hueco para el placer. Que aunque todo vaya en contra, todavía podemos priorizar «hacerlo bonito» y tener de vez en cuando el lujo de ser hedonistas. Sin figuras como él perderíamos esa conexión con lo cinético. Verle jugar es una experiencia religiosa.