No hace falta ser superdotado para ver que las mejores cosas de la universidad pasan más veces en la cafetería que no en las aulas. En el olor del tabaco, la cerveza o los desayunos ajenos y no tan ajenos. Pero hay bastantes veces en las que toca pringar y meterte en ese 20×10 que puede llegar a ser una clase. Depende del contenido o del profesor que lo explique la atención es máxima, pero otras muchas veces no es así. La estafa piramidal de la seriedad en la ‘élite’ académica cae por sí misma y tienes que encontrarte aliados con los que pasar el tiempo. Cuando la conversación no es posible es ahí donde entra el Solitario, un videojuego el cual creo que ya es mi nuevo deporte electrónico favorito.
Tampoco se necesita demasiado para intuir que en un Erasmus las clases son cosas que importan lo justo y necesario. Son lo suficientemente importantes para no volver haciendo de La Odisea una tragedia en el currículo académica. Pero a la vez son irrelevantes si tenemos en cuenta que, si realmente queremos absorber lo máximo sobre de un país, donde debemos estar es en la calle para observar con atención nuestro alrededor. Da igual si es a la gente, el monumento, el paisaje que crean los edificios, la cuestión es fijarse. Pero en una aula donde es imposible salir -si es que se acude- ni hablar, el Solitario aparece como gran salvador. Las cartas te permiten tener la explicación como si fuera un podcast de fondo, mantienen la mente activa para no dormirte y te entretiene la dosis exacta: ni te deja con ganas de más ni te satura.
Ni quiero preguntar ni le preguntaré a Álvaro, Gonzalo o ambos Pablos (los amigos que Lisboa quiso que tuviera) si me han visto más tiempo en Bairro Alto -la zona lisboeta por excelencia para la fiesta- o jugando al Solitario. Pero la paz mental que me erradican las cartas es superior a mi. El mecanismo es sencillo, pero cuando decides aumentar la dificultad -Gran Maestro es la máxima que permite la actual edición de Windows-, lógicamente la cosa cambia. En ese sentido el Solitario es como la comunicación: aunque hay un objetivo marcado (trasladar un mensaje) y lo mejor es hacer que sea lo más sencillo posible, hay puntos en los que la complejidad es inevitable. Que parecía que no, pero está ahí y toca digerirla.
Sin embargo, es en la complejidad donde entra el verdadero motivo de satisfacción. El Solitario es como mirarse al espejo y cuando le diriges la mirada en forma de partida perdida, te indica dos cosas: ha sido un error tuyo -independientemente de si es minúsculo o grosero- o la baraja era irresoluble. Si creo que este videojuego se está convirtiendo en mi deporte electrónico favorito es porque las dos reflexiones finales que me ofrece cada día estan más ausentes en la industria.
Evidentemente cuando se trata de un deporte o un trabajo en equipo la cosa es completamente distinta a si es individual. Existen muchas más variables a tener en cuenta, pero el nexo es el mismo. Falta autocrítica cuando todos los estamentos del sector están evolucionando a la profesionalización y también saber decir ‘no’. Tan bo és insistir com saber-se retirar, que cantaría Manel. De qué me sirve tener solución todas las problemáticas o respuestas a los debates si a duras penas sigo estancado con lo mío. Con todo el debido respeto a su figura y salvando mucho las distancias, faltan figuras como Johan Cruyff: de las que saben en qué mandan, demuestran una personalidad arrolladora pero luego delegan en aquello donde saben que no llegan.
Los deportes electrónicos no dejan de ser un ‘bebé’ en comparación a otras industrias. Aun así, en las pequeñas edades ya se pueden empezar a ver algunos rasgos de su carácter. Cuando apenas tenía meses de vida nos empeñábamos en que no tomaría el camino de otros deportes tradicionales, lo está haciendo a una velocidad arrolladora. Realmente no es una cuestión del ying con el yang, la luz con la oscuridad o el bien y el mal. Simplemente cada uno tiene su perspectiva y de no ser un hipócrita -buen melón en un sector lleno de tiburones- actuará en consecuencia. Pero independientemente del rumbo que depare, si faltan las cosas que aportan el Solitario, apaga y vámonos. Al fin y al cabo, lo mejor siempre es acabar la baraja.