Hacer unos macarrones es a priori una de las cosas más sencillas que alguien puede cocinar. Cueces la pasta con agua hirviendo, la escurres, preparas la salsa y después lo juntas todo en la misma olla que has usado. Y ya está, no tiene misterio alguno. Pero lo que consideramos una obviedad para alguien joven -pongamos 13 años- puede ser todo un reto. No por nada en concreto, simplemente porque todavía no ha aprendido. Cuando cocina en compañía de una supervisión o de un tutorial todo es más sencillo, pero en la primera vez sin ningún sabio Pepito Grillo a las espaldas se convierte literalmente en «solo ante el peligro».
No reconocer si el agua realmente está hirviendo, no tener el tacto suficiente para reconocer si la cocción es la adecuada, estar al borde de un ataque de pánico por saber qué es un puñetero sofrito… Los macarrones pueden llegar a convertirse en un enemigo de Dark Souls para alguien joven que no sabe cómo hacerlos. Todo esto con el hándicap de que en la cocina realmente hay que tener cuidado ante posibles quemaduras, cortes, etc. Lo más seguro es que a esa persona de 13 años la pasta le salga de «aquella manera». Lo más importante es que no pasa absolutamente nada. En los siguientes intentos ya le saldrá mejor, con suerte al segundo o tercero incluso al dente. Sin embargo, en el ámbito deportivo esto es impensable dentro la lógica de la opinión pública (si es que realmente existe).
El tratamiento de los jugadores jóvenes puede ser un ejercicio arriesgado que puede desenmascarar la falta de empatía. ¿Un error de pathing en tu debut como jugador profesional de League of Legends? ¿Falta de paciencia a la hora de asomar en VALORANT en los primeros partidos oficiales? ¿Desconocimiento de los timings correctos de las rotaciones en Counter-Strike: Global Offensive (CS:GO) por la falta de experiencia? Una crítica destructiva -que en general ya carece de fundamento- en estas situaciones demuestra su inutilidad. Que el rendimiento a corto plazo siempre es bienvenido, pero existe un fenómeno llamado «adaptación». No hablamos de unos macarrones, sino de unos videojuegos complejos que implican dinámicas grupales.
Echar la etiqueta y a correr. El «no sabe cocinar» implementado de por vida a pesar de que con el paso del tiempo haya mejorado notablemente y no sólo con los macarrones. Si resulta que definitivamente la cocina no es lo nuestro, pues a otra cosa en lo que podamos ser válidos. En el ámbito deportivo sucede lo mismo, y aunque es apresurado asegurar que este hecho destruye carreras, sí puede complicar las cosas. ¿Y si sigue cometiendo los mismos fallos después del tiempo ‘de margen’ establecido? Pues puerta y ya llegará otro. El porcentaje de jugadores que no son la imagen que proyectan normalmente es mayor en comparación a los que sí.
El problema está en la crítica desde una posición absolutista (no contundente o firme, que a mi parecer no es lo mismo). La sensación que se genera en mi interior es la misma: critican a alguien joven diciéndole que ellos mismos lo harían mejor cuando probablemente a su edad no sabían hacerse unos macarrones. El santo al cielo para, entre argumentos de mierda, esconder que posiblemente no saben hacer en condiciones cosas básicas. Y quien dice ámbito deportivo también dice laboral o público entre otros muchos. Da igual de qué se trate, al final solo queremos equivocarnos en paz para que en un futuro la pasta nos quede al dente.